lunes, 13 de octubre de 2008

Crónicas.

Se asoma, lenta y suavemente. Se desliza en la cama, junto a mi, la piel morena todavía húmeda, emanaba un perfume varonil inconfundible. Yo dormía de espaldas a él. Se acercó por detrás, me miró unos momentos por encima de la oreja, pasó su brazo derecho por mi cintura, y me apretó hacia él. Su boca junto a mi oreja destilaba un aliento sabroso y tibio, consolador y exitante. La respiración constante y las manos fuertes. Mi piel, más rosada que de costumbre, se estremecía con cada movimiento que él inocentemente realizaba.
Dormíamos por intervalos de tiempo indefinidos, aveces nos despertábamos juntos, otras veces en diferentes momentos. Aveces solía levantarme desnuda aún a pasear por la habitación, y otras él me abrazaba con más fuerza mientras me besaba la espalda.
Eran noches sin palabras, pero de una comunicación sensorial extrema.
Los recuerdos y los sueños se servían en bandejas de plata.

Anécdota de una noche, de las mil noches que viviré.

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